A veces me permito llorar un poco. Lo hago cuando siento que ya no toco el fondo, cuando el agua llega más arriba de mi tabique y comienza a tapar mi frente, en ese momento, me ahogo.
Y me sumerjo, me hundo, dejo que el agua me tape por completo y observo todo a través de las gotas que empañan mis ojos, que arden y duelen.
A veces me permito llorar para liberarme de ataduras, de pesos que llevo en mis hombros, de problemas que ya no quiero hacer míos.. A veces permito que la tristeza se apodere de todo mi cuerpo y lloro.
Lloro con mis ojos, con mis manos, con mi cabello, con mis piernas, mi boca y mis oídos. Lloro también con mis pensamientos, con mi corazón y mis sentimientos, lloro desde adentro, con mi alma y con todos los recuerdos que me dañan.
Y mientras lloro, siento como mi pecho se reduce y me desgarra, siento como una fuerza me contrae y me deja sin aliento. Y respiro, para llenarme de fuerzas, porque en algún momento he dejado de respirar.
Entonces comprendo que me vacío, me descongelo y me exprimo como una maldita esponja que se estaba desbordando y ya no le cabe ni una gota más. Me derramo como un vaso que se va llenando de a poco pero que llega a su tope y se rebosa.
Algunas veces sólo derramo dos o tres lágrimas en silencio, a veces son incontables y grito desesperada porque el dolor que me acorrala es insoportable y de cualquier forma, a veces me permito llorar para volver a empezar.